Poeta judío-alemán, nacido en Viena en 1921, a quién los nazis mataron gran parte de su familia.
Premio nacional austriaco de poesía en 1973, cuya dotación destinó a partes iguales a dos líderes de la Liga Israelita de Derechos Humanos y a pagar los costos al abogado de Hamburgo que defendió a palestinos juzgados en Alemania.
¡HÖRE, ISRAEL! - ¡ESCUCHA, ISRAEL!
Cuando fuimos perseguidos
fui uno de los vuestros
¿cómo seguir siéndolo
cuando os habéis vuelto perseguidores?
Vuestro deseo fue
ser como los pueblos
que os asesinaban.
¡Bien, ya lo habéis conseguido!
Habéis sobrevivido
a quienes os torturaban.
Y ¿no pervive hoy
su tortura en vosotros?
¡Ven
pueblo de Israel!
¡Sal de tu injusticia!
¡Apártate de lo que te convierte
en el hazmerreír de los pueblos!
Incluso los que a tu faz se muestran
amigos buscando su provecho
tuercen la nariz y se mofan
cuando giras la cabeza:
"¿Ahí tenéis al pueblo de la Biblia,
sediento y ávido de venganza
como ningún otro pueblo
de este inmenso mundo ensangrentado!"
¡Ven
pueblo de Israel!
¡Sal de tu injusticia!
No es demasiado
tarde para el cambio
aún cuando te resulte duro y costoso.
No te hace guiños ni el oro
ni te espera una inmensa fortuna.
Tu único camino
es la reparación.
Ya en tiempos
tus profetas
tuvieron para ti palabras amargas,
tampoco ellos te adularon,
y, sin embargo, tú no lapidaste a todos,
a veces escuchaste a alguno
aunque raramente por largo tiempo.
Y bien conoces
a dónde lleva el camino de tu injusticia,
que recorres convirtiéndolo en ruta militar, el camino de tu arrogancia
sobre el que crece más veloz,
tu angustia oculta que tu valor sincero
o el número de tus armas.
Ya conoces el final
de quién con su palabra y quehacer
convierte a su entorno en enemigo,
si no hay mañana,
si no mañana pasado mañana,
y si no cuando tus hijos y nietos.
Y tú sabes
qué significa sufrir y pasar miseria,
conoces por tu propia y larga experiencia
cincelada en ti,
tan grabada como los surcos y arrugas
burilados por el tiempo en tu viejo rostro.
Reconoce al fin
el dolor de aquellos a quienes tú martirizas,
no debes regar el dolor sembrado
con nuevo sufrimiento
ni esperar a que crezca y produzca gran cosecha,
superior
a la que puedas recolectar en tu granero.
¡Ven, viejo pueblo
antes de que sea tarde!
¡Sé razonable,
nunca es tarde para cambiar!
¿Acaso aguardas
a que las piedras angulares de tu casa
comiencen a desmoronarse bajo los impactos
y fenezcas en sus escombros?
Erich Fried